J. MARINO LUNA
Por cualquier parte que usted jurungue, o en donde menos se lo espere, surgirá ahora una protesta, un reclamo o un miedo mal contenido porque alguien amenaza lesionar el patrimonio ancestral de las comunidades -si es que ya no lo ha hecho-. En este caso, la cosa reviste mayor dificultad porque por aquí no son muy usuales las demoliciones o las sanciones pecuniarias y menos las penales... Siempre, o casi siempre, terminan violándose disposiciones legales locales y hasta nacionales. Y a la dejadez y permisividad de funcionarios y a la voracidad del inversionista malévolo, se suma el poco interés y el fatalismo de las propias comunidades en identificar y defender, a todo trance, aquello que le pertenece por herencia ancestral y por el uso consuetudinario de las cosas materiales y de las costumbres.
Desde hace tiempo, Pampatar es tierra abonada para estas cosas; y aun cuando desde antes, incluso, de la apertura de la Zona Franca, se le brindó todo tipo de facilidades y condescendencia a los capitales inversores, ¡no ha sido posible encontrar a uno solo de ellos que venga dispuesto a condescender el también en el desarrollo armónico de este municipio, respetando las normas, cuidando el ambiente, cuidando las costumbres y defendiendo, como otro más de nosotros, esas cosas que nos identifican y que constituyen el legado patrimonial de los pampatarenses y en consecuencia el mejor atractivo para sus propias empresas.
Uno se atreve a decir que casi todos se energumenizan en la imposición de sus egoísmos mercantiles y en la elevación al decúbito de la diabólica rentabilidad de sus negocios... Es mucho al que se le ha oído decir que Pampatar debe ser así o asao, que “debe parecerse a Cancún, o a Cartagena, que a Bariloche o a San Andrés; que en París hay unas fachadas modernísimas que le agregan valor a lo barroco y que en Cuba hay una playa que mientan Varadero, etc., etc., etc... Qué puede importarnos, a nosotros estas monsergas, si aquí tenemos de sobra originalidades y naturalidades de las cuales nos sentimos orgullosos y dispuestos a su defensa y a hacerlas prevalecer ante esas propuestas foráneas que siempre terminan por ofender el gentilicio y transformar abusivamente el paisaje.
Miren a ver los pampatarenses de todas las cataduras, qué vamos a hacer con la amenaza que tiene el gremio pesquero en su protesta de defender los derechos que le asisten en el cerro de La Ballena para el avistamiento de los cardúmenes. Práctica ancestral que fuera declarada Bien de Interés Cultural y contra la cual se descubren amenazas actuales. Sería una buena oportunidad para sentar un precedente moralizador.
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