Régulo F. Hernández C.
La devoción a la Virgen María ha estado en un destacado sitial histórico de la Iglesia Católica desde hace mucho tiempo; hay evidencias que “la plegaria más antigua que se conoce dedicada a María es fechada, probablemente, hacia el siglo III. Las manifestaciones festivas en su honor aparecen en el siglo IV”. El culto a la Virgen del Valle de Saldaña en España data del año 754. La consagración de iglesias a María datan del siglo V, cuando aparece como modelo de virtudes. De acuerdo con monseñor Carlos Romero (…) ”En todas las liturgias orientales y occidentales se nota una verdadera explosión del culto mariano. La memoria de la Virgen halla un puesto privilegiado en las plegarias eucarísticas, en la himnografía y, especialmente, en el desenvolvimiento del año litúrgico, tanto en la celebración de los misterios de Cristo como en las múltiples fiestas marianas de tipo devocional ligadas a milagros, lugares y experiencias espirituales de grupos o de familias religiosas”. No obstante, en distintos momentos de la historia del cristianismo, la hiperdulía, que así se llama el culto a la Virgen, ha provocado oposiciones por parte de algunos teólogos y ciertas autoridades religiosas, pues consideran el marianismo como pretensión de venerar a la Virgen como una diosa; lo que opaca de esa manera, a la latría, verdadero culto al Creador. De igual manera critican la cantidad de advocaciones marianas que reflejan la multiplicación de Vírgenes, cuando María es sólo una. Ciertos obispos, extremadamente celosos de los principios teológicos, prohibieron el culto exagerado a la Virgen y la multiplicación exuberante de sus advocaciones.
En el sínodo efectuado en Pistoia durante el año de 1786, se criticó la veneración de imágenes y los nombres diferentes de la Madre de Dios. La iglesia ha pretendido resolver la polémica y ha insistido en morigerar la presunta autonomía del culto mariano, y ha llamado a potenciar el culto trinitario al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y consecuencialmente a la Madre de Dios y luego a la dulía o culto a los Santos; pero en el entendido que “el culto a María es designio libre de Dios: la amó y obró en Ella maravillas (…) Su intercesión es reconocida por el pueblo al invocarla como Consoladora de los afligidos. Salud de los enfermos. Refugio de los pecadores”. Aún así, monseñor Romero nos avisa sobre la necesidad de “depurar la imagen de María de algunas añadiduras con que a lo largo de los siglos fue marcándose por espiritualidades que no siempre resaltaron la impronta evangélica de la Virgen”.
Es preocupación de este clérigo presentar a la Madre de Dios con la pureza que emana de la divina maternidad y que debe permitir que el Hijo“ sea conocido, amado y glorificado”. Así, su culto se convierte en camino a Cristo, fuente de la unidad cristiana”, guía para arribar a las enseñanzas del Evangelio, y mediadora ante Dios para la acción liberadora del hombre y la sociedad, como vindicador de los humildes y oprimidos, con quienes María compartió la pobreza y el sufrimiento, así como la fuerza y actitud emancipadora de su hijo. Sin embargo, tal depuración debe respetar la presencia de las manifestaciones populares presentes en todas las festividades religiosas y que expresan sentimientos salpicados de ingenuidad como frutos de una concepción transparente de amor filial. A pesar de la posición de los fundamentalistas látricos, no se ha podido evitar la proliferación de las advocaciones ni la amplitud geográfica del culto a la Virgen. Monseñor José María Pibernat, eximio orador mariano, dice: “Tan benéficas circunstancias añadieron a la Santa Madre de Dios y de los hombres tantos títulos y advocaciones como imágenes célebres o santuarios famosos tiene Ella en la Tierra; por manera que a la vez la llamamos Puerta del Cielo, Arca de Alianza o Espejo de la Justicia”.
Hoy la encontramos en diversos países como Virgen de Lourdes, Virgen del Carmen, Virgen de Altagracia o Virgen de Fátima. En América Latina resaltan: Santa María La Antigua de Panamá desde 1513, Virgen de Altagracia en República Dominicana desde 1514, Nuestra Señora del Tepeyac o de Guadalupe en México, Virgen del Cobre en Cuba, Virgen del Quinche en Ecuador, Nuestra Señora del Valle de Catamarca en Argentina, Virgen de Coromoto en Venezuela y además Virgen de Chiquinquirá o La Chinita en Zulia, Divina Pastora en Lara, Virgen del Perpetuo Socorro en Carabobo, Las Mercedes y Las Nieves en Bolívar, y la Virgen Guaiquerí o Virgen Patriota o Nuestra Señora del Valle en Oriente y Guayana, patrona de la Armada y la Marina Mercante. Existen en Margarita otras advocaciones marianas: Virgen de La Asunción, patrona de la Isla; Nuestra Señora de Altagracia en Altagracia, María Auxiliadora en La Guardia, Nuestra Señora del Pilar en Los Robles, Nuestra Señora de los Ángeles en Los Millanes, Nuestra Señora de Fátima en Porlamar y Nuestra Señora del Carmen en El Tirano. En España veneran las advocaciones de Nuestra Señora del Valle con imágenes y ermitas en: Sevilla, Toledo, Saldaña (Palencia), Mota del Cuervo (Cuenca), Llamas de Cabrera (León), Utrilla (Soria) y Cenicero (La Rioja).
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